jueves, 4 de febrero de 2010

Notas sobre Eduardo Milán, ensayista.


El poeta Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 1952) llegó a México en 1979. Su amplísima trayectoria se demarca por dos senderos (aunque no los únicos) bien definidos que se constituyen por una praxis indefectiblemente unida a su ser: el del ensayo y el de la poesía. Si bien paralelos, la concatenación evidente muestra que existe un pensamiento central, eje no sólo epistémico sino incluso ontológico, que da razón de ser del propio Milán, esto es, la búsqueda del sentido a través de una poética fragmentada. No lo entiendo de otra forma. Esta pasión por la brevedad (que no es necesariamente aforística) la manifiesta nuestro hombre a través de su poesía, que apuesta más por la concentración semántica y la economía sintáctica para alejarse de las formas fáciles. La poesía de Milán (como la de otros muchos poetas latinoamericanos que él mismo nos ha dado a conocer en loables antologías [tengo a la vista Prístina...]) es una que se decanta por el juego sintagmático, a través del cual los paradigmas se mueven, sutiles, en la mente del lector.

Pero hoy me ocuparé del articulista, crítico literario que también se encuentra a sus anchas en el ensayo, del cual escribe: "Si la poesía es discontinuidad entrecortada, el lenguaje del ensayo también es discontinuo, la percepción que atrapa entrecortada". Milán escribe el ensayo y la poesía con urgencia, con la sensación de que lo que escribe no es texto, sino vida. Pero esta urgencia se dirige a un terreno mucho más peligroso, pantanoso y problemático (cosa que no amedentra para nada a Eduardo, espadachín literario donde los haya): el de la poesía contemporánea, y sobre todo, la contemporánea latinoamericana. En Un ensayo sobre poesía (Ácrono-Umbral, 2006) pone especial énfasis al señalar que la poesía contemporánea adolece de lo que en su día Mallarmé mostró ser el camino correcto: si en un momento Un golpe de dados se significó por ser la libertad de la palabra con respecto al referente, hoy la aventura devino en hueco. Consecuencia de esto es la "babelización", la multiplicación de verborreas vestidas del (digo yo) polvillo dorado y el tufo del "poeta". La crítica es implacable: "La poesía fue un acercamiento a lo que queríamos decir. Ahora es un acercamiento a la forma en que decimos". Es una presunción, no un arte. Es por eso que la poesía debe estar cerca de lo cotidiano, para no perder piso. Pero ¿qué cotidiano? El que se cifra en la vida, pero, y aquí está el meollo del asunto: la poesía ha perdido peso dentro de la comunidad lectora, no porque los lectores hayan decidido leer otros géneros, sino porque la calidad y cantidad de los lectores ha disminuido: "No es la poesía y sus lenguajes, ni los distintos modos de encarar el fenómeno poético las que pecan de incosistencia: es la vida vivida que no satisface. O lo hace mediante satisfactores demasiado superfluos que no permiten asumir nuestra condición humana en sociedades con un alto nivel de degradación".

Esto nos lleva hacia un fenómeno paradójico y preocupante, que expresa Milán en una suerte de tautología "Poesía: cosa de poetas", que se aclara: "La poesía en general circula entre hacedores y la poesía en particular, esto es: la mejor, circula entre hacedores elegidos". Sin embargo, tanto los unos como los otros participan en la crisis del lenguaje poético, crisis que se deriva de la conciencia sobre la imposibilidad de todo lenguaje de relacionarse con eso que llamamos "realidad", de tal forma que la referencialidad de la poesía se sustenta en la materialidad del signo -la palabra- o, para decirlo en términos peirceanos, en el representamen. No puede ser de otra forma. "En su ausencia. Tres notas sobre poesía", es un texto central del pensamiento de Milán. Al parecer, los poetas han accedido a la conciencia sobre la propia incapacidad del lenguaje poético dado su fracaso por no referir lo real social. Pero incluso, la imposibilidad de decir cualquier cosa. Nuestro autor cita a Juan Ángel Valente, que a su vez pone a San Juan de la Cruz como paradigma de esa conciencia: la cortedad del decir no se refiere a la estulticia de no saber cómo mentar la realidad, sino al no saber cómo aprehender esa realidad. He aquí la importancia de una figura como la de Nicanor Parra: el poeta no puede acceder a la realidad -¿quién puede?- pero sí puede acceder a lo cotidiano.

Sinceramente, creo que el pensamiento de Milán (que no se decanta por una poética, sino por una filosofía) es de una extraordinaria complejidad, que nos lleva (así lo entiendo) a caminar por los límites de una posmodernidad asumida y aprehendida para criticarla. Y también creo que sus "críticos" no tienen los tamaños intelectuales para comprenderlo. Su gran pecado, para estos sujetos, fue deconstruir la noción de lo "canónico" (ya sea en la poesía, ya sea en el llamado boom latinoamericano) y ponerlo en la palestra contemporánea de la diseminación. Hay que leer a Milán.

Referencias tomadas de:

- Un ensayo sobre poesía

- "Sobre la poesía latinoamericana actual", en Resistir. Insistencias sobre el presente poético.

- "En su ausencia. Tres notas sobre poesía", en Crítica de un extranjero en defensa de un sueño.

10 comentarios:

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